martes, 11 de julio de 2017

SINDRHOMO

Sala: Cuarta Pared Autora: María Cárdenas Director: Xavo Giménez Intérpretes: Merce Tienda, Xavo Giménez y Leo Di Bari Duración: 1.20'
Información práctica (el enlace inactivo puede significar que la función ya no está en cartel)


Leo Di Bari y Merce Tienda. Al fondo, Manuel Valls (?), que no está en la Cuarta Pared
Ya sé que es difícil de creer, pero hasta los Max aciertan alguna vez. Como los relojes parados, que marcan la hora correcta dos veces al día. Esta vez, el Max de Autoría Revelación está clavado. Es una revelación un poco tardía, porque esto se estrenó hace un par de años (si leo bien por ahí), pero revelación al cabo. Puesto a meter el hocico por todas partes -¿Qué es un crítico, más que un gorrino que hoza soñando con trufas, aunque las más de las veces sólo encuentre castañas pilongas?- voy a limitarme a un único pero: el título no hace honor a todo el resto. Alguien debería escribir un Tratado del título. De toda la gente que tendrá noticia de un espectáculo, más del 90% accederá única y exclusivamente al título, de ahí su importancia. Esto es evidentemente opinable, pero a mí me parece que Sindrhomo no está a la altura de todo el resto.
María (Iaia) Cárdenas

"Todo el resto" es mucho resto. María Cárdenas se ha construido su propio camino a... ¿a dónde? ¿Cómo lo defino? Tanto "surrealista" como "absurdo" -no necesariamente como etiquetas específicamente estéticas sino como adjetivos más genéricos- aparecen en los comentarios que encontrarán en la red, pero no es ni teatro surrealista ni teatro del absurdo. Se parece más al truco de Scooby-Doo o de Expediente X. Leí Ferragus la semana pasada, y Balzac menciona allí a la novelista inglesa Ann Radcliffe, especializada en el uso de ese truco: se trata de desarrollar un argumento en el que parecen producirse fenómenos sobrenaturales, y dar al final la clave que todo lo explica. El XIX y las primeras décadas del XX estuvieron llenos de argumentos vecinos a este procedimiento (ubicado en lo sobrenatural, lo inexplicable, lo rocambolesco y sus aledaños), de Los misterios de París a Fantomas, de El fantasma de la ópera a El misterio del cuarto amarillo, de La dama de blanco a Rocambole. 

No vayan a pensar que en Síndrhomo sucede nada parecido. Lo que ocurre es que los delirios de Romu, que durante lo que llamaremos primer acto tienen al espectador con la mosca detrás de la oreja (no sabemos muy bien si el paisaje exterior es efectivamente postapocalíptico y si este tipo está urdiendo algo gordo), se explican perfectamente a medida que la pieza avanza como un trastorno paranoide clase extra, que la sufrida hermana del paciente lleva como puede (o sea, mal). Pero -y en este pero está la habilidad de la escritura- "se explican perfectamente" está para significar que uno puede contar a la salida "el tipo está loco y se ha encerrado en una casa aislada de un barrio en estado de derribo, convencido de que va a liderar un levantamiento contra el sistema", sin que tal explicación racional reste un solo gramo de efectividad a la atmósfera (¿surrealista?, ¿absurda?, ¿inquietante?, ¿raruna?) que se vive dentro de esa casa. ¿Qué es una atmósfera? ¿Cómo se crea? Ni idea, hay que ser María Cárdenas para saberlo. Para saber cómo escribir con la dosis justa de indefinición que nos mantenga un buen rato sin saber de qué puñetas habla este tío y urdir después unos diálogos que avanzan sin que la verosimiltud (una cierta verosimilitud dramatúrgica, quiero decir) salte por los aires a pesar de que la hermana no llame a las urgencias siquiátricas atendiendo a los famosos dos dedos de frente.


Ésas son las virtudes de la técnica  de escritura. Hay muchas más, en otros niveles. El cóctel de los tres personajes es brillante: Romu, el paranoico creativo; Gloria, la hermana que a estas alturas repta más que camina por la vida, porque se las han dado todas en el mismo carrillo; Nevia, la transexual que no se ha quitado la barba. Hay hallazgos sembrados por aquí y por allá: hablar a una de las lámparas (representan personas en el cosmos de Romu) como si fuera la madre muerta; llamar mamá a Nevia (hasta ahí todo el mundo piensa que eran pareja, a partir de ese momento... cualquiera sabe); frases fulgurantes como la de "a veces me parece que estoy cuerdo... y me da vértigo". Pero quizá lo más relevante sea el modo en el que se amalgaman la crítica social (ahí, al fondo de los discursos del perturbado, brilla una luz cegadora), el retrato sicológico, el realismo costumbrista y la reflexión (odio esta palabra en un crítica de teatro como "investigación" en una de música contemporánea) existencial. ¿A que les parece que todo eso tiene que amontonarse en algún atasco sin salida? Pues no, Cárdenas sale del lío sin atragantarse en ningún momento. Turrón y madre muerta, decadencia urbanística y síndrome de Diógenes, deshaucio (de casa y de hijo) y terrorismo de buen rollo.

Xavo Giménez, a otro rollo
La puesta en escena de Xavo Giménez no pierde comba salvo, también opinable, en un breve intervalo: el acto central, con Gloria de vuelta del chino con el turrón y el cava -insistiendo al telefonillo para que su hermano le abra la puerta- se cae en algún momento. Desde luego, es muy difícil mantener la tensión después del brillante arranque, incluido hermano vociferador, en esta tangente que hace primero un alto en la realidad (Gloria y su vida) y después se da un garbeo por otro desvío mental, más plácido que el de Romu: el de Nevia. Se entiende la intención de interludio, la necesidad de bajar el pistón y las revoluciones, pero algo falta. Aparte de eso, la función avanza como una locomotora. Giménez está fantástico, dan ganas de verlo hacer clown, seguro que lo borda. Hay que seguir a este hombre. Merce Tienda se marca algunas de las caras -entre la perplejidad y el hastío- más memorables de esta temporada que agoniza: como cuando susurra insistentemente a su hermano, con Nevia trajinando en la cocina, si se ha dado cuenta de que es un tío o -esto ya de diez- cuando, consumidas todas las resistencias, abre las compuertas a cualquier cosa en ese final en el que un argentino con barba sustituye a su madre. El argentino con barba -Di Bari- un poco demasiado caricaturesco a lo mejor, pero irá en gustos. Puede que no quedara sitio para otra cosa.

Como me paso la vida lamentándome -cosa que torra bastante a los demás, pero que a mí me desahoga, qué le voy a hacer- me lamentaré ahora por no haber visto Penev, escrita, dirigida e interpretada por Xavo Giménez que se me escapó a pesar de haberla perseguido en Madrid y Barcelona. Ya me olí entonces que tenía que haber algo interesante detrás, pero no hubo manera. No llego a todo.
P.J.L. Domínguez
          

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