martes, 18 de julio de 2017

BARBADOS, ETCÉTERA

Sala: Teatro Pavón Kamikaze Autor y director: Pablo Remón Intérpretes: Fernanda Orazi y  Emilio Tomé Duración: 55' (creo recordar, pero hace más de un mes que la vi y no tomé nota)
(la función ya no está en cartel)

No encuentro fotos de la función. Ésta es la que más idea da del aspecto escenográfico.

Ésta fue mi crítica en la Guía del Ocio:

Remón, que llegaba del cine, avanza con cada título en el camino de contruirse una voz muy personal en el teatro. La abducción de Luis Guzmán y 40 años de paz (no sé si Muladar se ha montado) ya mostraban la capacidad de crear mundos coherentes a base de alusiones, una ligereza engañosa, Pinter al fondo. También metáforas inesperadas y arranques líricos sin apariencia de artificio. Barbados etcétera está constituida por tres fragmentos breves cuya coherencia estilística termina por armar una pieza compacta. Su autor ha llegado a un estilo sugerente, de gran potencia expresiva, en el que conviven el humor y el vuelo poético. Ecos de construcción pospinteriana, estructura de (falso) taller de improvisación, las mismas parejas que podría observar Rodrigo García desde otro lugar, con una radical diferencia: hay compasión en la mirada.
También ha avanzado Remón en la dirección y logra aquí un acabado de teatro de cámara que roza la exquisitez. No menor el avance de Emilio Tomé desde que lo vi en La abducción hace dos años. Es ahora antagonista de talla suficiente para no quedar oscurecido por el fulgor ininterrumpido de Fernanda Orazi que, quién sabe cómo, ostenta naturalidad hasta cuando se mueve de forma casi bailada. Lo de esta mujer es prodigioso.


Y alguna cosilla que no cabía allí:

1.- Si se la perdieron, no se preocupen. Está reprogramada para octubre de este año. Cuanto más tiempo pasa, más gana en mi recuerdo, y es conveniente tener a Remón controlado, lleva una trayectoria muy interesante. [También a su hermano Daniel, con el que ganó el Lope de Vega en 2014 por Muladar y que ha ganado en 2017 el Calderón en solitario por El diablo] Tanto el texto como la dirección de Barbados suponen un experimento orientado a lo esencial, una apuesta por prescindir de lo superfluo que le ha salido bien a un autor que ya mostraba un cierto carácter ahorrador en sus dos primeros montajes. Ahí arriba tienen una foto de la escenografía que refleja a las claras esta intención de limitar los recursos puestos en juego al mínimo de los mínimos. Quizá el único elemento que escapa a estas tijeras radicales es el movimiento corporal de Orazi, que durante sus parlamentos mueve los brazos -y creo recordar que también el torso en cierta medida- de manera antinatural, en contraste con el naturalismo con que se larga el texto. El resultado es impecable. El entorno destaca ese efecto como en las joyerías de lujo: se coloca el diamante privilegiado sobre un terciopelo negro y un ambiente de media luz.

Ojo, no vayan a deducir que el ahorro es mejor que el derroche. Esto va en gustos, y ambas cosas se pueden hacer bien o mal. Barbados es un excelente ejemplo de ahorro, como The great tamer es un pésimo ejemplo de derroche. Pero hay contraejemplos para todo. El éxtasis de los insaciables derrochaba a maravilla y Un obús en el corazón aburría con el ahorro. Por poner sólo ejemplos recientes. Quizá la única generalización que puede hacerse en este asunto es que, a mayor abundancia de recursos, más gordo puede ser el batacazo (lo siento, pero no puedo dejar de citar otra vez El último jinete, una cosa tan fastuosa, tan desaforada y tan horrorosa, que la recuerdo como uno de los mejores ratos de teatro de mi vida; ayer aprendí que a esto se le llama ser metafán). Mientras que un planteamiento comedido a lo más que llega -en negativo- es al sopor.

2.- Digo arriba que la pieza está estructurada como un falso taller de improvisación. Las acotaciones que centran cada situación las hacen los mismos interpretes, a la manera de los niños que cuando juegan dicen "yo era el astronauta y llegaba con mi nave espacial para rescatarte del planeta en el que estabas". Van contándose mutuamente dónde están y quiénes son. El tono que han conseguido hace que fluyan indiferentemente estos comentarios al margen de la acción -que son muy numerosos- y el diálogo dramático. El peligro era la ortopedia, una exhibición descarnada de un procedimiento alternativo (ay las palabras, vanguardista ya queda catetil) que alejaría sin remedio del fondo emocional de la cosa. Porque hay mucha emoción en todo esto, mucha empatía con esas dificultades crónicas para amar que nos dejan contracturas en el alma. Decía en la crítica en papel que estas parejas podrían ser exactamente las mismas que aparecen en los textos de Rodrigo García (aún les debo el comentario a Humain trop humain, un desastre), pero donde García es invariablemente despiadado, Remón mira con piedad.


3.- No voy a desvelar a nadie a estas alturas que Fernanda Orazi es una actriz de tomo y lomo. Infrautilizada, como tantos actores y actrices de talento a los que no  más que de ciento en viento. Por la simple razón de que no hay teatro suficiente para tantos. Lo que hace aquí pasa liviano, dando la falsa sensación de facilidad que dan las cosas hechas con virtuosismo. Pero era misión poco menos que imposible. Esta mujer dice todo esta zarzuela de diálogos y acotaciones moviéndose de tal manera que busqué en el programa el crédito del coreógrafo (Que no está, eñ movimiento debe de ser de su cosecha o fruto del trabajo creativo del conjunto de la compañía La Abducción que, al parecer, ha dado como resultado la pieza. Un buen resultado tras un proceso de este tipo es infrecuente). Quiero decir con esto que se mueve tanto que hay momentos en los que prácticamente podríamos llamarlo danza. 

Lo de Orazi no es sorpresa, pero lo de Tomé, sí. Los dos papeles en los que lo había visto (las dos piezas de Remón citadas arriba del todo) eran de personajes peculiares: el primero un disminuido síquico, el segundo un carácter en la frontera de la normalidad (sea eso lo que sea). Los sacaba adelante con acierto, pero uno no termina de juzgar bien a un actor hasta que no lo ve hacer de alguien normal (sea otra vez lo que sea eso). No derrocha un gesto, apenas si tiene una inflexión de voz más marcada que otra, y no le hace ninguna falta. Otro al que habrá que seguir la pista. Que él esté en esta postura de señor de traje gris mientras Orazi se mueve, y que ambas actitudes casen, es mérito tanto de ellos como de Remón.
P.J.L. Domínguez
          

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